Hay días en los que en tu
cabeza se desata una GRAN tormenta. Y ella había estado todo el día
luchando contra una de las peores; la del enfado y la
mentira.
Se sentó en el salón después de haber fregado los platos de la
cena, se relajó en el sillón, se hundió mordiendo sus dedos a modo de
pensamiento y disimulo. Él la miraba, con esa mezcla de enfado y
compasión. Pudo ver sus lágrimas brillar en la oscuridad por la luz del
televisor. "¿No estarás
llorando?" Nunca se sintió cómodo al ver a las personas llorar, no
sabía como consolarlas. Aquella noche además estaba demasiado enfadado
para encontrar las palabras adecuadas.
Ella no respondió, al verse descubierta solo consiguió rendirse al
llanto. Como cuando lloras frente al espejo, te miras a los ojos y solo
consigues llorar más.
Él se acercó a ella, pasó su brazo por la espalda y la abrazó.
Ella puso su mejilla en el hombro de él. Lloraba, no podía hablar.
Él le atusó el pelo y le dijo con esa calma con la que los hombres hablan
a las mujeres en los momentos de naufragios.
"Cuando la gente miente las palabras pierden significado. Ya no hay
mejores respuestas sino mejores y mejores mentiras, y las mentiras no
ayudan".
Ella apenas dijo algo, y lo poco que balbuceó fue ahogada por la
pena.
Ahora descubría lo mucho que había mentido, lo fácil que había
sido hasta hoy. Pensaba, que si tienes algo que hacer, alguien a quien
amar y alguna cosa que esperar, tienes gran camino recorrido para ser un poco
más feliz. Y si no es así... A la mierda todo... Estas jodid@.