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martes, 15 de febrero de 2022

Árido






Estamos atravesando una de esas etapas de sequía.  Las noticias hablan de ello cada día, nos enseñan los embalses vacíos y los pueblos inundados por los pantanos desde hace décadas ahora son lugares de visita.  Hace unos días hablando del tema nos enseñaron un gráfico... no teníamos un episodio de sequía tal desde 1983...



De pronto lo recordé. Casi toda mi infancia la viví con la sequía  y restricciones constantes en mi tierra sureña.  No habia agua. El H2O corría por nuestros grifos de dos a cuatro horas al día y con eso nos teníamos que apañar. Mi madre llenaba media bañera de agua y con eso había que pasar.  Aprendimos a ducharnos y a fregar gastando el mínimo de agua posible ya que no se podía malgastar,  incluso los ayuntamientos multaban cuando en la factura se veía que habías tenido un derroche.

1983 lo recuerdo muy bien porque un día a finales de verano hubo la tormenta más grande  y espectacular que cualquiera de los que vivían en aquellas tierras podría recordar.   Todos salimos a las puertas de casa para ver llover, los vecinos hablaban unos con otros alegres y esperanzados. Algunos niños salieron a la calle y se mojaban como si aquel agua fuera el maná de los dioses, llovía con tanta fuerza que se empapaban al minuto, alguien... no recuerdo bien quién fue,  sacó un bote de champú y comenzó a lavarse el cabello y de pronto aquel gesto hizo reír y todos salimos a mojarnos, a lavarnos el cabello con el agua torrencial que caía en esos momentos.  Sin duda fue unos de esos momentos locos  que viví siendo niña;  cuando todos los vecinos de tu calle eran como familia. Y Aunque creía haberlo olvidado aquel gráfico me llevó de nuevo a esa tarde en la que todos los vecinos, incluso algunos que ya no están con nosotros,  celebramos la lluvia como si fuéramos Cherokees en las tierras de Alabama.