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viernes, 18 de abril de 2025

La condición humana

 



El mediodía se derramaba como plomo derretido sobre la colina. El mundo parecía contener el aliento mientras el silencio se enredaba entre los olivos.  Sobre el madero un cuervo negro atraído por la carne desgarrada, la frente coronada de espinas y los labios secos de plegaria.

El cuervo conocía bien ese brillo: el último fulgor de la vida, esa chispa que se apaga lentamente, como una luciérnaga atrapada en un puño. No era hambre lo que lo movía, sino una oscura fascinación. Quería picar los ojos de aquel crucificado, arrancar con su pico el misterio de su mirada.

El cuervo dio un graznido, observó. El hombre no se movía, pero aún respiraba. Los ojos, abiertos, se clavaron en el cuervo como dos lunas muertas. No había súplica. Tampoco odio. Solo una paz inquietante, como si aquel hombre ya estuviera en otro lugar.

 Cuando el cuervo alzó el pico para cumplir su instinto, algo lo detuvo. No una fuerza, ni una voz. Algo más antiguo, retrocedió, graznó una vez más... había visto muchas muertes, muchos ojos apagarse, pero jamás unos que lo miraran así…

El cuervo era solo un cuervo y desgarró la carne del hombre que ya en ese momento había alcanzado un estado más allá del dolor y la muerte. La vida continúa, encontrando la oportunidad de renacer en medio de la dureza del mundo. Había visto muchas muertes, pero la mirada de aquel moribundo estaba envuelta en silencio  y fragilidad.  Volvió a picotearle. Dio nuevos graznidos nerviosos. El hombre parecía haber muerto hacia rato, y con él  la condición humana en toda su complejidad, con sus luchas, esperanzas y momentos de luz .



jueves, 17 de abril de 2025

Vislumbre




 El Hotel  llevaba cerrado casi veinte años. Las ventanas estaban cubiertas de polvo, y la hiedra trepaba por las paredes como si intentara ocultar un secreto antiguo. Cuando M heredó el edificio de su abuelo, decidió restaurarlo. Quería abrirlo al público de nuevo, pero antes debía asegurarse de que todo estaba en orden.

Mientras recorría los pasillos vacíos, con el eco de sus pasos como única compañía, llegó a una puerta que le pareció distinta.  La cerradura estaba oxidada y la chapa, rayada como si alguien hubiera intentado forzarla. M  no recordaba haber visto esa habitación en los planos.

Curiosa, sacó una llave maestra del llavero antiguo que había encontrado en la oficina del conserje. Encajó a la perfección. La puerta se abrió con un chirrido que pareció más un susurro que un sonido.

Dentro, el aire estaba estancado y frío. Había muebles cubiertos con sábanas y un gran espejo agrietado en la pared. Pero lo que más le llamó la atención fue un pequeño diario sobre la mesa, cubierto de polvo. Lo abrió con cuidado.

"13 de octubre, 1985. Hoy, otra huésped escuchó los susurros por la noche. Dice que venían del espejo. No saben que no pueden romperlo. Él sigue ahí, esperando."

Las páginas siguientes estaban escritas con trazos cada vez más desesperados. Nombres de huéspedes. Dibujos extraños. Y siempre, la misma advertencia: "No mires directamente al espejo después de medianoche."

Marta se rió nerviosamente. Viejas supersticiones, se dijo. Aun así, decidió cerrar la habitación y seguir con el recorrido. Pero algo la detuvo al salir: su reflejo en el espejo no se movía con ella.

Y estaba sonriendo.