El infortunio los unió. Todo comenzó en aquella pandemia que recordamos como si fuera el argumento apocalíptico de una película de sobremesa dominical. Pertenecían a ese grupo privilegiado que tenían permiso para salir a las calles y sacar a sus amigos los perros.
Puede que se os haya olvidado pero fueron la envidia de los que no tenían perrito que pasear.
En aquellos primeros días se juntaban tímidamente con sus mascarillas y su distancia de seguridad pero sus perros si que corrían y se olfateaban como lo habían echo durante todo el tiempo de los tiempos. Sobrevivieron a las denuncias de los vecinos envidiosos que controlaban el tiempo que se llevaban tomando el sol , sintiendo el aire fresco en sus caras y la tertulia a distancia. -metro y medio , centímetro arriba centímetro abajo-. Y siempre con la coartada y la escusa perfecta de tener que pasear al perro.
Había escuchado rumores. Nunca les dí demasiada importancia. A veces en mi ir y venir los podía ver allí con sus perros, sabía que mi perra era una de ellas, la vi correr junto a su amigo el galgo. Atravesé la calle y los lindes ya inexistente de viejo almacén de aceitunas del que ya solo quedaba en pie un muro que era justo donde ellos tenían el asentamiento.
Cuando llegué todos me conocían. mi nombre, todo, como si hubiera estado allí sentada aquellos 5 años. "siéntate, siéntate no te quedes de pie" . Aquel gesto me sorprendió, en medio del campo detrás de un muro ¿Dónde sentarme? entonces uno que estaba sentado en una silla plegable sacó otra de un rincón, y otra y otra, después sacó una mesa de camping y un táper con almendras, y un termo de café, y vasos y sobres de azúcar.
Efectivamente los rumores eran ciertos. Allí se reunía lo mejor de cada casa, gentes de lo mas peculiar y extravagante. Como aquellos club de barrios ochenteros; El fabulador siempre inventando, el chaman siempre aconsejando hierbas, el endocrino con sus simposios de adelgazar sin sufrir. La friqui de las manualidades y como no, el terrateniente dueño de los olivos abandonados, de las esparragueras escondidas, de los pavos perdidos, de las palomas con pocos reflejos... Entre todos habían creado una peculiar comunidad , paseaban con sus perros por todos los campos olvidados y abandonados, entre todos se surtían de aceitunas, almendras, espárragos y en los momentos de tertulia sacaban las mesas, las sillas, el café, la petaca para alegrarlo un poco , los pastelitos y todos se las apañaban para tener historias y fábulas para pasar todas las mañanas y tardes de cada día del año.
Yo lo llamo el Club perruno. Amigos unidos por sus perros, supervivientes y luchadores de la vida en general, gentes de esas generaciones de aventuras, gentes que comienzan el día con un ojo abierto y el otro soñando.