Javier había sido malo. La
maldad había nacido con él. Al menos eso era lo que decían todos.
Era el único con la sangre fría para hacer cierto tipo de actividades
bastante reprochables y ausente de toda moral.
Vivía en el campo, en aquellos años lejanos todos los vecinos lo
llamaban cuando alguna de sus perras parían. Metía los perros en un saco
y paraba en el muro trasero del cementerio. Volvía sin el saco.
Esa era una de las actividades de Javier. No se cuestionaba,
no se reprochaba, era lo que había que hacer y punto.
Los tiempos pasaron. Javier creció, se hizo un hombre, evolucionó,
y junto a él también evolucionó la sociedad y aquellos actos terroríficos y
bárbaros eran ahora un delito. Ahora aquellos actos normalizados en un
tiempo de niebla ahora estaban encerrados en esa habitación que suelen guardar
algunos, habitación de la vergüenza y los secretos.
Javier ahora tiene pesadillas, recuerda a su padre borracho
de vino de pueblo obligándole a coger el saco, obligándole a realizar
otras actividades no menos horripilantes. Recuerda a las mujeres
cuchichear en las tiendas que tenía la semilla de lo malo dentro. Y todas las
niñas cambiándose de acera cuando lo veían coincidir en su camino.
Ahora está enamorado. Su chica, bonita y de corazón sencillo sabe
bien quien fue, pero reconoce la bondad que hay dentro de ese hombre con el
estigma de la maldad como sello de nacimiento. Estigma heredado por un entorno hueco y sin valores, solo supervivencia. Ella lo mira con los
ojos alegres porque solo le regala risas. Hacen el amor en el pajar como
lo hicieron sus abuelos. Ella siente esa clase de certeza que pocas veces te
encuentras en la vida. Ella hace el amor sabiendo que será el último
hombre al que amará, con el que se quedará hasta que las canas tiñan su melena.
Se paran un momento antes de salir de su trocito de paraíso, se despiden con esas palabras de amantes, él la peina para
que nadie descubra que estuvo en ella.
El corazón de Javier late con la misma fuerza que cuándo tenía
doce años, con la misma rebeldía, con la misma pasión. El odio, la rabia, la rebeldía
y el amor. Javier vuelve al hangar de los temporeros, ella sube las escaleras
de la casa de campo.
Javier está vivo.
ResponderEliminarLos que lo critican no sé si lo están tanto.
Besos.
Pasa de >Javier! Qué miedo!
ResponderEliminarMuy bueno, Nieves. Me ha encantado.
ResponderEliminarBesos.
Eso ha pasado siempre; mucha gente se ha dedicado a hacer el trabajo sucio, y quitarles la mierda a los demás, y encima resulta que es un bicho malo.
ResponderEliminarBesos Nieves.
Hola Nieves
ResponderEliminarInteresante el relato que nos regalas hoy. No todo es blanco o negro. Los grises, lo difuminado entre el bien y el mal... Todo eso da mucho que pensar. Me gusta.
Besos
Gran relato, Nieves, para analizarlo en profundidad antes de hacer una crítica.
ResponderEliminarBesos 🌹
Donde no hay amor, si pones amor, habrá amor.
ResponderEliminarJavier no es malo, solo recibió lo que su padre le enseñó, este amor lo salvará, un abrazo Nieves!
ResponderEliminarEl amor no esta reñido, con lo que se puede considerar comportamientos "crueles" de hay a ser malo, va un camino, por ejemplo la matanza del cerdo en muchas partes del mundo es una gran fiesta y hoy en día poca gente de ciudad sobre todo, la aguantaría.
ResponderEliminarUna buena historia, Gracias por compartirla.
A Javier le gusta comer fino
ResponderEliminarBesos
Alguien tiene que hacer el trabajo sucio...pero no significa que sea malo.
ResponderEliminarBien por Javier y su chica!
Besitos =)))
La perspectiva cambia con los tiempos. Se de un recodo del río donde los lucios medraban a costa de cachorros
ResponderEliminarGracias por vuestras visitas y por tanto cariño.
ResponderEliminarBesitos y mis mejores deseos para cada uno de vuestros días.
:)
Me encanta, es precioso
ResponderEliminarBesos