Cada viernes
íbamos al club de Jazz.
Nunca fuimos juntos, nos gustaba encontrarnos allí. Era un
garito no muy grande, no con mucha gente. Cuando entrabas el zumbido
del griterío de la gente te golpeaba, todos solían gritar mucho sin
decir nada importante. Todos hablaban de las expectativas del grupo de
Jazz de la noche o de cualquier otro tema banal de viernes noche.
Si algo echaba de menos en aquel lugar era el no poder escuchar el
sonido del cascabel de mi collar de gato. Me adentraba entre la multitud. A
veces iba sola y otras con alguna amiga pero siempre me sentaba en uno de los
taburetes de la barra. No tenía predilección por ninguna zona, cualquiera
no ocupado me valía.
Me sentaba y me pedía una cerveza. Me gustaba cuando se
quedaba un rato al otro extremo de la barra mirándome a ratos mientras
conversaba con unos y otros, mientras conseguía todo lo que le solicitaban los más extraviados de la ciudad. Todo lo que le pedían se lo conseguía, previo pago, claro. Si querías algo, fuera lo que fuera, el diablo de Jersey te lo conseguía. En aquel bar rara vez encontrabas caras
nuevas. Todos creían conocer a ese hombre afable y simpático al que todos le llamaban como el título de la canción que cantaba cada nochevieja. Aquél tipo no se subía nunca al escenario, pero cada año, después de las doce. Se subía, agarraba el micrófono y cantaba... El diablo de Jersey. De ahí su nombre, de ahí su leyenda.
Cuando la noche avanzaba, la banda de Jazz subía al pequeño
escenario y comenzaban a tocar. La música de fondo desaparecía y todos
los presentes dejaban de gritar. Para entonces yo iba por mi tercera
cerveza y el diablo de Jersey se abría paso entre la multitud con su camisa
blanca y su pantalón gris, con aquellos tirantes tan pasados de moda pero que a
él tanto le gustaban. Para cuando llegaba a mi lado el camarero ya le
había colocado junto a mi cerveza lo que él estaba bebiendo y al llegar nadie excepto
yo notaba su saludo. Siempre me provocaba un escalofrío que me recorría
toda la espalda hasta la nuca. Alcanzaba con una mano su copa y con la
otra me acariciaba la cintura, o la parte exterior del pecho o unas de
mis piernas cruzadas... siempre me susurraba algo, nada decente, nada que
se le pudiera decir a una señorita, en ningún otro lugar me decía esas cosas,
imagino que le gustaba ver como me ruborizaba temiendo que alguien pudiera
escucharlo. En cierta forma aún sabiendo que aquellas cosas solo eran
susurros para mis oídos, yo siempre me sentía como si me las dijera
subido al escenario y su voz retumbara a máximo volumen en cada altavoz de la sala.
A veces nos sabíamos las canciones, él me las susurraba a mí o yo
a él. Compartíamos conversación con los amigos del club. Era facil
despistarnos, sobretodo cuando iba con amigas pero cuando la madrugada llegaba
y la gente se marchaba nosotros siempre volvíamos a esa barra.
Para entonces el diablo de Jersey ya estaba borracho. No
demasiado lo suficiente para tener esa risa de tonto inteligente. Yo también
podía estar achispada fácilmente, con alguna carrera en las medias, el rímel
corrido y la música de la banda aún sonando en mi cabeza a pesar de haber
terminado su intervención hacía más de una hora. Podía verle salir del
baño, subirse la portañuela mientras se dirigía hacia mí, deambulando en
zig zag y haciendo algún bailecillo tonto para provocarme una sonrisa.
Me gustaba ver al diablo de Jersey dirigirse hacia mi, hacia ninguna
otra, sabía que podía tener a cualquier mujer que se propusiera sin
embargo... él se acercaba, cercar muy cerca y movía mi colgante de cascabel.
"Bueno, preciosa mía, ¿nos vamos a casa?"
Cuando llegábamos a casa poníamos viejos LPs, solíamos ir dejando la
ropa olvidada por el pasillo hasta desplomarnos en el colchón, Para cuando mi cascabel dejaba de sonar el sol del alba nos sorprendía entrando por la ventana, suave, sin
prisas... Una vez más el amanecer había llegado, nos sorprendía una vez más
atrapados entre las sábanas, entre el recuerdo del Jazz, cervezas y amor... Para entonces no me preguntaba lo que estaba bien y lo que estaba mal, quien lo sabía en realidad.
~~~~~~~~~~~~~~
http://encuentrosantesdelalba.blogspot.com.es
Cuando el cascabel dejaba de sonar; me imagino que sería el suyo.
ResponderEliminarBesos Nieves.
Si Rafa, el cascabel de ella. Lo he matizado tras tu comentario para que quede claro ;)
ResponderEliminarBesos y gracias por estar ahí :D
Has traído de vuelta viejos recuerdos.
ResponderEliminarGracias.
Besos
Igual que a Chaly me vienen bonitos recuerdos!!
ResponderEliminarMil besos y buen finde Nieves
Y el tiempo sigue girando y el diablo de Jersey seguro da para más! Un abrazo Nieves!
ResponderEliminarYo quiero conocer a la Diabla de Jersey.
ResponderEliminarBesos.
Me gusta está historia. Tiene diversión, sexo, complicidad. Tiene una buena manera de elegir vivir.
ResponderEliminarCreo que si tuviera que elegir me quedaría con ese hacer sonar el cascabel hasta que el sol aparezca en la ventana.
Podría prescindir del jazz y hasta de las cervezas. En empezando con el roce de la parte exterior del pecho y decir cosas nada decentes al oído me basta y sobra...para preparar el concierto de cascabel.
Toro, puede que la llegure a conocer. De echo puede que ya la conozcas y tengas que descubrirla.
ResponderEliminarGuille, veo que te gusta el sonido de cascabel... puede que algún día lo escuches en tu hope.
Chaly,patry, Cristina, me alegra haber provocado recuerdos bonitos.
Besos a tod@s
Muy buena Nieves, me dejas con ganas de más....! jajajaja
ResponderEliminarContinuará???
Besos =))))