Las
calles en estas fechas están preciosas, llenas de luces, de guirnaldas, de
música, de gente haciendo cola para todo... para ver portales de belén, para
meriendas gratis, para comprar la lotería...
Nosotros no hacíamos cola. Simplemente paseábamos y veíamos
las estrellas de la ciudad ya que las del cielo desde el casco metropolitano no
se ven ninguna.
La noche está templada, no hace frío, deambulamos por laberintos
de callejuelas, esas que solo las gentes del lugar conocen. Entramos en
un bar de estos con chimenea, tan acogedor que cuando te acoplas en el
lugar te cuesta marchar.
Me quité el abrigo color mostaza y lo dejé aún lado,
junto al bolso y el abrigo de él. Elegimos una de las mesas más
cercanas de la chimenea.
"Me
gusta cuando te vistes así"
“¿Así como?
“Transparente"
Reí....
"Con trasparencias
querrás decir..."
"bueno
ya me entendiste..."
Si, lo entendí, la blusa de gasa, negra, con modelo cerrado a la
caja y con pedrería brillantes en el cuello dejaba parte de la espalda
descubierta y la lencería más sexy que se podía encontrar intuyéndose de una
forma sutil. La luz de las brazas de la chimenea y las bombillas
anaranjadas del local hacía que todos tuviéramos una tonalidad bonita.
Él miraba la carta de pedidos... ¿Pedimos lo de siempre?
“Pues si..."
"¿Con
extra de queso?”
"Y una
heineken"
Mientras
esperamos que nos traigan la cena él me habla de algo de su
trabajo, pero aunque siempre suelo atender sus explicaciones, en ese
momento recordaba la puesta de sol que habíamos visto en mitad de algún lugar.
En mitad de una carretera cualquiera, donde decidimos pararnos en el alcen para
ver los últimos destellos de luz del astro sol en aquel sábado cualquiera.
Un par de horas después seguíamos junto al crepitar de la chimenea
y una copa de helado de menta y chocolate frente a mí. Con una montaña de
nata y coronándola una cereza en almíbar.
Antes del postre había ido al baño, había retocado mi maquillaje y
dado color a mis labios de ese Rusian red, rojo intenso, dando una
explosión de color a mi look negro y plata.
Él había encendido un cigarro, aquel bar además de un
fantástico local era un club de fumadores, hay quien sabe escurrirse por los recovecos
de las leyes para seguir siendo libres.
Fumaba
esperando que su expresso se templara. Yo probé la nata, fría y
deliciosa... cogí con los dedos la cereza y lamí la nata que la bañaba. "Ay Dios que buenas están las
cerezas... ¿Quieres probarla? " indiqué con el dedo a la otra cereza que
quedaba coronando la montaña de nata y que no la había visto antes porque
se había hundido por su propio peso.
“No
- me dijo en voz tenue, recostado en su asiento, dando una calada a su
malboro gold- Créeme que prefiero
verte como te las comes tú".
En ese momento era yo quien le hablaba y le contaba mis cosas pero
por su mirada, denotaba que apenas me estaría prestando atención a mis
argumentos. Me miraba con esos ojos lascivos, con mirada de querer salir
de allí y llevarme a su casa, donde las estrellas de plata, decoraban e
iluminaban más de una estancia de su hogar. Invitarme a una última copa
con cerezas. Llevarme a su alcoba y quitarme la lazada de la blusa,
dejar a la vista esa lencería a la que no había quitado el ojo de encima en
buena parte de la noche y dar rienda suelta a esas ganas de madrugada.
Lamía la cucharita con las últimas porciones de la menta con
chocolate cuando él me insinuó lo tardísimo que era, el frío que hacía para
andar por las callejuelas de bareto en bareto. Se levantó y se dirigió a
la barra. Lo vi hablar con uno de los camareros mientras me ponía el
abrigo y me colgaba el bolso...
“¿Que llevas ahí?"
Pregunté al verle con un vaso cerrado para llevar.
No me dijo nada. Lo dejó un momento en la mesa mientras se
colocaba el abrigo y su bufanda gris recién estrenada.
Aproveché ese momento para ver que había comprado.... Cerezas en maraschino.
Al salir del local me cogió del brazo, salimos a la calle
cubierta por una espesa niebla. ¿Vamos
a casa, no? A la nuestra me refiero... Se empeñaba en
llamar nuestra casa a su casa. Mía no era claro, pero sabía que a él le gustaba
pensar que entre los dos la convertíamos en un hogar costumbrista. Yo me
dejaba llevar por sus cosas, porque ante todo me divertía. Aceptar pasar
la noche juntos, él, yo y ese vaso de cerezas era la
certeza de diversión garantizada.
Cuando quitó el lazo de la blusa dejándola caer al suelo alfombrado
sus ojos se iluminaron, acarició con suavidad el encaje color malva. Delicioso
envoltorio para su preciado tesoro.
Visto ese final adivino que las cerezas quedan para después.
ResponderEliminarMe parece que ese bar es el Hope, no??? :P
ResponderEliminarMuy bueno Nieves!!!
Besos =))))
Qué envidia...
ResponderEliminarVamos... igual que mi día de hoy, grrrrrrrr
Besos.
Yo siempre le dije que mi casa era nuestra casa. Hoy 20 años después ella viene de vez en cuando a asear su casa.
ResponderEliminarBesos
Incluso sin el vaso de cerezas.
ResponderEliminarBesos.
Me temo que las 🍒 tendrán que esperar para ser comidas.
ResponderEliminarFeliz 🌃 a la parejita.
Besos
Así de felices deberían ser todos los días.
ResponderEliminarBesos Nieves.
Delicioso tu relato romantica amiguita
ResponderEliminarBesos
Nieves, mi comentario no había llegado a salir, justo se cortó internet! Hermosa historia con final feliz, un abrazo!
ResponderEliminarMuchas gracias amig@s, espero que todos tengais vuestro momento cerezas, porque ni la edad ni los momentos son imppedimentos si hay ganas e ilusión.
ResponderEliminarBesos a tod@s
:)
Se me ocurren algunos momentos cerezas.... :)
ResponderEliminarMil besos!!!