Ella era muy sideral. Muy
del cosmos y las estrellas, siempre las miraba con atención y asombro, se sabía
la ubicación de muchas constelaciones y creía en los horóscopos. Era paciente
y entregada, sobre todo con las personas cansadas, esas personas que
cuando las miras no ves estrellas, ni color en su interior. Ella veía o
relacionaba a cada persona con un color, desde pequeña, desde siempre...
Cuando lo conoció pudo ver su color desgastado y desconchado, aún
así pudo reconocer el naranja, y ella sabía que sólo una vez pudo ver ese color
en una persona. La persona que la convenció de que no era ningún pato de parque
sino Cisne de lago.
Cuando lo conoció supo que se quedaría a su lado hasta que
el naranja fuera brillante y luminoso. Ella era de hablar y preguntar mil
cosas como las niñas de 12 años. Ella era de esperar y escuchar, de estar ahí,
ella estaba, para lo grande, para lo pequeño, para las dudas, para la miseria y para la ventura, todo pasaba por el filtro de sus manos.
Él se acostumbro a ella, se acostumbró a tenerla, a
que siempre estuviera ahí guiándole en los momentos confusos.
Descubrió con ella cosas nuevas y perspectivas brillantes, sin darse cuenta empezó
a construir un mundo nuevo, ilusiones nuevas, todo cambió aunque él se empeñara
en verlo todo igual. Y ella lo sabía porque aunque él no fuera consiente
de ello, su color comenzaba a relucir.
Durante años estuvo ahí como las estrellas en la noche, como la
chamarra en las noches de invierno, como el vaso de whisky en el desamor...
Ella lo llenó, entero, hasta rebosar de cosas bonitas y cotidianas, de
cosas tontas e importantes, de cosas de carne y de espíritu. Y de pronto
un día después de muchos años aquel hombre con su color naranja descubrió un vacío extraño, hacía tiempo
que lo venía sintiendo pero pensaba que era hambre, pero de pronto aquella caja
de madera se calló al suelo y el viento arrastró un papel olvidado en el
tiempo.... y de pronto un día después de muchos años leyó aquel poema y recordó
que hubo un tiempo en que alguien le escribía poemas y los dejaba en
lugares insospechados para que él lo encontrara... recordó que hubo un tiempo
en que tuvo uno de esos amores tontos que dejó se lo llevara la corriente.
Cuando leyó el papel escondido durante años intentó recordar en qué
momento la dejó marchar, cuando dejó de estar y cuando dejó de necesitarla.
Ella lo llenó, entero, hasta rebosar de cosas bonitas y
cotidianas, de cosas tontas e importantes, de cosas de carne y de espíritu.
Y cuando un día miró a aquel hombre con su naranja tan naranja supo
que si se alejaba quizás ni lo notaría, así fue, se alejó y durante un
tiempo aguardó con la esperanza de que su ausencia produjera algún vacío.
Ella ya está lejos de él, o quizás no tanto, nunca más volvió a ver a nadie que
le trasmitiera ese color naranja. Pero no se marchó vacía, no señor,
aquél hombre también la convenció de algo, aunque siempre dice que es tan
tremendo que prefiere que se quede en ella. En ese lugar donde se guardan los
cuentos y los secretos de verano.
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Qué buen relato Nieves.
ResponderEliminarUn beso.
Tan sutil como el vuelo de un colibrí. Un abrazo.
ResponderEliminarEs que siempre quedamos con cosas de quien nos inspira profundos sentimientos, emotivo relato Nieves, un abrazo!
ResponderEliminarCuando lo conoció supo que se quedaría a su lado hasta que el naranja fuera brillante y luminoso.
ResponderEliminarNunca podría estar junto a una mujer que sabe todo de mi.
Ella también debía tener un hermoso y resplandeciente naranja.
ResponderEliminarUn encanto de personaje.
Besotes, Nieves.
Muchas gracias amig@s mios. Feliz Domingo, y un fuerte abrazo.
ResponderEliminarBesos ;D