Ella era una chica dinámica,
alegre y llena de entusiasmo pero tenía un alma solitaria. Nunca se sentía
acompañada del todo, ni protegida por sus amigos, siempre tuvo que bandeárselas
sola en cada obstáculo que le ponía el mundo, y creedme no fueron pocos.
Neptuno
era un tipo extraño y no solo por su nombre, trabajaba en un comedor social en
la capital, volvía a casa a eso de las seis de la tarde con una bolsita con su
cena, decía que lo que comían sus clientes lo podía comer él.
Se
duchaba y se sentaba en una terraza colindante a la de Sonia (aunque todos la
llamaban coco), desde la terraza podían verse todas las terrazas del vecindario
unas junto a otras separadas tan solo por un pequeño muro de metro y medio
donde casi todos colocaban sus macetas o los juguetes olvidados de los pequeño
de la casa.
Neptuno
se despertó aquella mañana de Sábado con el sopor de un Julio que ardía. Tan
solo llevaba puesto los calzoncillos que le regalaron los amigos en navidad,
uno azul y rojo con la S de Superman. Junto a él encontró a Coco, tan
solo con esas braguitas francesas turquesas con lunares pequeñitos en
blanco. En un acto casi de supervivencia alargó su mano hacia la mesita
de su lado de la cama y puso en marcha el ventilador de la lámpara. Las aspas
comenzaron a girar y en segundos el vientecito alivió su acalorada piel.
Coco
dormía y él intentó no moverse demasiado para no despertarla. Miró el
reloj del móvil... las 8:05
No la
había escuchado llegar, como casi todas las noches Coco había saltado el
pequeño muro de su terraza y había entrado por la ventana del dormitorio de Neptuno como hoja al viento ya que él siempre la dejaba abierta para ella, se despojaba de su vestido de flores o de sus
pantalones cortitos y camiseta de tirantes y se tumbaba con sumo cuidado para
no despertar a su amoroso vecino. A veces lo cogía de la mano para poder
conciliar el sueño o se enroscaba en mitad de la cama acercando su cara a la
cintura de él, lo olía mientras cerraba los ojos para dormirse en segundos, le
gustaba el olor de Neptuno.
Cuando
Coco despertó aquella mañana, Neptuno estaba cepillándose los dientes depués de
haber salido de la ducha. Ella entró al baño con la melena alborotada, sin
cubrir sus pechos, tan solo con su braguita francesa color turquesa con
pequeños lunares blancos. Buenos días Coco, dijo Neptuno con cierta
energía. Ella le dio un beso en el hombro y le preguntó si podía ducharse.
Claro, si podía utilizar su cama bien podía utilizar su ducha.
Entró en la ducha, se escuchó el agua caer. Neptuno terminó su cepillado
dental y se giró hacia la ducha apoyado sobre el lavabo.
¿Quieres
que te frote la espalda?
No, solo es para refrescarme
un poco antes de volver a casa.
Sabes que no me importa, ¿Estás segura que no quieres?
Durante
unos segundos solo se escuchó el sonido del agua caer sobre el cuerpo
menudo de la muchacha. La puerta de la ducha se abrió y Neptuno entró, cogió la
esponja que ella le puso entre sus manos y frotó con delicadeza la suave
espalda de su vecina.
¿Te
quedarás hoy conmigo?
¿Todo el día?
Si...
todo el día
La
espuma se deslizaba por la espalda, blanca y perfumada...
y podemos salir por la tarde
claro
¿donde quieres ir?
A la plaza, donde los helado, pero
tienes que ponerte esa camisa
¿La
de las Islas?
Si esa
Vale, ¿ Y tú te pondrás ese vestido?
El de rayas
No... ese no
¿el amarillo?
Si ese
Vale
La
esponja cayó al suelo de la placa ducha, el agua se llevó toda la espuma del
cuerpo de Coco y Neptuno la abrazó por la espalda y besó su cuello un
instante mientras llenó sus manos con los suaves pechos de su muchacha. Salieron de la ducha antes de que el instinto despertara, aunque para Neptuno ya era
tarde, se aguantó sus ganas para otro momento.
Vistieron
la cama. Coco hizo el almuerzo mientras Neptuno arregló la terraza, las macetas,
las sillas las mesas, baldeó el suelo, echó el toldo para que el sol no
entrara demasiado a su hogar. Vio un poco de televisión después de hacer un par
de llamadas por asuntos del trabajo. Almorzaron arroz con verdura y
vieron la película de sobremesa comiendo frutos secos, tomando café helado y
galletas de chocolate.
Y por
la tarde a eso de las ocho él se puso los pantalones vaqueros con la camisa de
las islas, con dibujos de palmeras y nubes blancas. Ella se puso su vestido
amarillo, no muy escotado pero si muy cortito. Fueron a la plaza donde
muchas personas coincidían para amenizar su tiempo libre mientras
intentaban olvidar los 38 grados de temperatura.
Ella se
pidió un helado de vainilla con caramelo y él uno de menta y chocolate.
Coincidieron con algunos amigos de ellas y de él. Aquél día tardaron en
volver a casa, conocieron a Carmela una prima del amigo Hugo, simpática y
charlatana, en mitad de la conversación les comentó algo como dando por echo de
que eran pareja o matrimonio. Ambos se quedaron en silencio, se miraron y
esbozaron una media sonrisa pero aún sabiendo que no lo eran ninguno de los dos
quiso aclararlo.
Al
llegar a la puerta de casa dados de la mano paseando sin prisas, Neptuno le
dijo que entrara por la puerta aquella noche. Ella se rió mientras esperaba que
él abriera la puerta de casa, subieron a la parte de arriba, abrieron las
ventanas para que se refrescara el dormitorio, él le quitó su vestido
amarillo y ella le desabrochó su camisa de las islas...
Al terminar la lectura me vino a la mente esa canción de Favio que decía: "... como no recordarla"
ResponderEliminarUna relación muy particular, pero hoy en día todo es posible.
ResponderEliminarMe gustó, Nieves.
Besotes.
Estas relaciones románticas y ralentizadas tienen mucho encanto, Nieves, un abrazo!
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