Él pintaba, le gustaba
tener siempre un lienzo donde plasmar todo aquello que llevaba dentro;
dibujos llenos de color o en blanco y negro, dibujos con gente riendo y
paisajes de verano o figuras abstractas carentes de vida y sentir, frías como
la pena o la muerte. Así era él... lleno de luz y amor y de enfado continuo a
la sociedad que nunca entendió sus rarezas bohemias.
Era
silencioso y a ella le gustaban los hombres silenciosos.
Hacía
tanto tiempo que no escuchaba esas palabras dirigidas a ella que durante meses
intentó no creerlas, le daba miedo que fueran ciertas. Temía que aquel
hombre con mucho pasado y poco futuro la quisiera de verdad, porque ella era de
querer, pero nunca tuvo demasiada suerte en esto del amor, nunca encontró
demasiados hombres que la quisieran, al menos durante largo tiempo o tiempo
indefinido. Por eso escribía sobre el amor, para ser amada por sus historias y
por los personajes que las protagonizaban.
Ahora
el pintor y la escritora compartían espacios robados en un mundo de verano,
ella sabía que su amor sería de verano, al menos así quería planteárselo. El
pintor no fumaba ni comía carne ni veía televisión. El pintor le gustaba ir a
desayunar a esa cafetería de amplios cristales, volver a casa y perderse
entre lienzos y pinturas.
Algunos
días, ella se sienta un rato en un patio interior, donde helechos y jazmines
decoran ese trozo de espacio abierto. Observa a ese que la mira y se acerca y
la acaricia manchándole la cara de azul cielo y le dice que la quiere y le roba
un beso y le regala una sonrisa con sabor a fresas del huerto. Ella se
adentra en la cocina y le hace su arroz con verduras, su gazpacho y ese flan
con galletas que tanto le gusta.
Se
duchan uno junto al otro para quitarse el calor de la mañana, ella le ayuda a
quitarse los restos de pintura y él le frota la espalda con delicadeza.
Almuerzan bajo el aire acondicionado, el saborea esa comida tan
deliciosa, recuerda silencioso casi avergonzado los bocadillos que comió durante años antes de que ella llegara con su libreta de recetas. Él la
cuida, le ayuda a recoger la mesa, la anima para que deje para luego los platos
sucios y van a tumbarse en la cama donde ríen juntos sin pensar demasiado más
allá del hoy y del ahora....
Él se
despierta tras unos breves minutos durmiendo tras caer exhausto de esa siesta
de pecado, va a la nevera para coger el flan con galletas, ella está en el ordenador
escribiendo con sus braguitas de lunares y una de las viejas camisetas de su
amante. Él se acerca y se sienta en sus piernas...
¿Qué escribes?, ¿Algo sobre mí?
Puede
Él le
da una cucharada de ese flan, fresquito y suave... Tras unos instantes
él la vuelve a besar y le dice "
Tus besos saben sabrosos, ¿me quieres?" Ella lo mira
insegura.... ”Bueno... un poco"
Él se levanta y se sienta en un puf mirando como escribe y le dice medio
en susurros, medio esperanzado "Bueno, ya me querrás más"
Quizás si, quizás casi seguro no. Pero eso solo lo sabe ella. Eso queda en ella y en su corazón de sangre Sious.
Quizás si, quizás casi seguro no. Pero eso solo lo sabe ella. Eso queda en ella y en su corazón de sangre Sious.
Te ha quedado genial.
ResponderEliminar😘
Vivir el día, lo que trae cada momento... el mañana dirá, todavía queda mucho por pintar y escribir en el aquí y ahora.
ResponderEliminarUn lindo relato, lleno de frescura.
Besotes, Nieves.
Está bien que no le dé seguridad, ese misterio ayuda a mantener el romance, a no distraerse ni aburrirse, y brindarse amor uno al otro cada día, hermosa historia Nieves, un abrazo!
ResponderEliminarVivir cada día, un momento.
ResponderEliminarBesos
Quiero seguir leyendote...
ResponderEliminarHay que disfrutar de cada instante.
Te dejo un beso grande, estamos leyendonos! ja
Saudos desde Argentina
ResponderEliminarMuchísimas gracias por estar ahí en cada historia y ser participe de esta aventura china :)
Mil besos!!!