Hoy fue una de esas noches...
De intimidad y susurros, él mordió la manzana de la joven eterna, de la
risueña con corazón de algodón de azúcar. Ella mordió la manzana del
paciente y atolondrado hombre de corazón de niño.
Se
despertaron tarde como cada Sábado en la mañana, ella se quedó un rato largo
mirándole, él se quedó en la cama junto a ella, abrazado a su cintura y
su vientre como almohada.
Ella
pensó como había ocurrido, en qué momento de aquel ir venir, de aquella vorágine
de risas y encuentros cotidiano el corazón de aquel hombre de enmarañadas ideas
se había fundido en ella.
Él
pensó que era cuestión de unas risas, que aquella mujer sería protagonista de
algún verano y parte de un otoño robado al calendario. Intentó quitársela
de la cabeza cuando notó que todas las mujeres, todas las mujeres del mundo
comenzaron a ser invisibles para él. Quiso desprenderse de esa idea, pero el
corazón de ella se había fundido en él.
...
...
En una
terraza nocturna de su bar favorito. Rodeada de los amigos de aquellos días sus
miradas se cruzaron como si dos planetas de pronto se alinearan de forma excepcional,
como estas alineaciones que se produce cada cientos de miles de millones de años.
Allí estaban uno frente a otro. Con miradas incrédulas consientes
del milagro cósmico. Se quedan quietos, intentando controlar una situación que
saben que es incontrolable. Se miran, él abre los ojos y gira la cabeza a
un lado cual perrito que encuentra a su amo. Ella sonríe y tapa con sus
dedos su boca para que no se le escape eso que ha guardado dentro esos cientos de miles de millones de años. Él se
acerca a ella y ella se levanta y le espera llegar y siente el abrazo, el calor que desprende el verdadero amor y vuelve a escuchar su voz como si no hubieran pasado mil orbitas desde aquella
última vez que por azar del destino sus mundos se alejaron.
Hoy fue
una de esas noches... De intimidad y susurros, él pensó como podía
haberse alejado tanto de aquella mujer de corazón de niña, atolondrada y paciente.
Ella abrazada a él con su tórax como almohada pensó como había podido
encontrarse nuevamente con aquel joven eterno, risueño con corazón de algodón
de azúcar.
Y allí
estaban después de mil años o eso les parecía a ellos, terminando aquella
última botella que les quedó por compartir, allí estaban después de media vida
buscando lo que nunca encontrarían mas allá de los límites de aquella cama y de
sus cuerpos cansados de buscar lo que ya encontraron. Y entonces ella
cerró los ojos y recordó que hacía tiempo que dejó de amarle, de
pensarle, de añorarle pero seguía en ella, aquel amor lejano y olvidado
permaneció todo el tiempo, cada día de su vida incrustado en ella en algún
lugar entre la garganta y el ombligo. Y entonces él entendió porqué
siempre tuvo la sensación de estar huyendo y aquella mañana tenía la tranquilidad
de estar tras una invencible fortaleza de amor y piel. Después de mil
años, a la distancia del azar y una mirada había vuelto a casa.
Bello relato
ResponderEliminarBuen fin de semana
Besos
Bonita historia.
ResponderEliminarBesos
En este universo donde al lado del el tiempo y las distancias somos tan insignificantes, ¿por qué no puede ser posible que se volvieran a encontrar?.
ResponderEliminarUn beso,Nieves.
Oye, me levanté filosófico hoy o será emlvermut?.
Un hermoso milagro de amor, felices quienes lo encuentran! Muy esperanzador Nieves, un abrazo!
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