No fue hasta que cogí las vacaciones cuando me percaté de su presencia.
No tenía mucho que hacer, la empleada doméstica mantenía en orden mi piso. Prefería salir por la noche, cuando las temperaturas bajaban, cuando se podía respirar un poco de aire fresco.
Fue una de esas mañanas fumándome un cigarro en la ventana de la cocina cuando la descubrí. Desde el patio interior todas las ventanas quedaban a la vista, ella se paseaba sin pudor en ropa interior, aún no había descubierto que aquellas ventanas estaban a la vista de todos o simplemente no le importaba.
Era guapa. si... Tenía el pelo castaño, lo suficientemente largo como para llevar un moño alto, así ... en forma de roete. Delgada. Quizás demasiado joven, pero eso hoy en día no se sabe, todas se mantienen hermosas durante décadas.
Me aficioné a furmarme los cigarros junto a la ventana de la cocina si, y no sólo para verla en ropa interior, leía por las mañana, dormía siestas de una hora y diez minutos y le gustaba ver películas comiendo tarrinas de helado.
No fue hasta semanas después, ya había vuelto al trabajo, estando en el bar de la esquina de casa cuando la vi entrar y pedir en la barra un par de refrescos.
- Hola. Me dijo con expresión de reconocerme
- Hola. No alcance a decir más.
- Eres mi vecino... el que fuma en la ventana.
- Ese soy yo... respondí con sensación de verme descubierto.
- Tu mujer no te deja fumar en casa eh? Sonrió mientras pagaba los refrescos
- No hay mujer. Aclaré
- Oh! lo siento, no quería entrometerme. Se marchó con sus labios con brillo, y sus pantalones cortos.
Aquél encuentro sólo sirvió para cortar de raíz la costumbre de mirarla mientras fumaba. Pero cuando estaba en la cocina mis ojos siempre se desviaban a su ventana y fue en uno de esos momentos cuando la vi en la ventana, levantó la mano en forma de saludo.
Vi correcto abrir la ventana para saludarla, intercambiamos saludos y mantuvimos una conversación cordial. Ella me invitó a que fuera a su casa. Me invitó a cenar. La curiosidad pudo conmigo la verdad. Aquella velada fue corta y nos limitamos a mantener una charla amena, sin ser demasiado simpáticos, ni cercanos, ni preguntar demasiado.
El caso es que aquellas cenas fueron habituales y poco a poco descubrimos que estábamos bien juntos. Yo era mayor para ella, al menos me sentía mayor, no me llegué a plantear nunca ciertos acercamientos, los pensaba, claro, como todos los tíos, pero intentaba mantener la sensatez y creerme que lo lograba.
No sé lo que pasó aquella noche, no fue ni mejor ni peor que las otras noches. Varios meses con su amistad habían conseguido relajarme y dejar de estar constantemente en alerta para no pisar terrenos incómodos. Puede que eso fue lo que pasó, me dejé llevar por el bien estar que me regalaba. Así que cuando me besó de una forma atolondrada en el descansillo de su piso en el momento de despedirme no supe qué hacer, en esos momentos hay que pensar con agilidad, que hacer... lo aceptas, lo rechazas... quieres seguir o te inventas una escusa para salir del embrollo lo más airoso posible... y todo eso en milésimas de segundos... yo estoy mayor para esos reflejos así que cuando me dí cuenta yo era quien la besaba y ella abría la cremallera de mi pantalón, un par de pestañeos después, me sorpredí quitándole la camiseta y un suspiro mas tarde saboreaba sus pechos...
Que me sentía bien con aquella historia no lo puedo negar, llevaba demasiado tiempo en dique seco y en aquel tiempo mantener sexo tan divertido era un regalo que la vida me daba cuando había comenzado a tirar la toalla.
No lo había comentado con nadie, no me apetecía escuchar veredictos que con seguridad no los compartiría, así que me limité a vivir nuestra historia según viniera, sin demasiadas espectativas, sin perjuicios ni remordimientos.
Siempre supe que ella marcaba los tiempos, que ella llevaba las riendas de lo nuestro, así que cuando entró aquella noche al bar y se sentó a mi lado no me extrañó demasiado, charlamos y nos reímos como de costumbre, me sentía cómodo y bien. Olvidé que no estábamos en casa, ya estábamos esperando la cuenta para pagar cuando ella me abrazó y me besó. En mitad del bar. Con la mirada atónita de mi amigo Paco, y de los conocidos del barrio.
Sus labios no eran la primera vez que me besaban, lo habían hecho muchas veces antes. Pero tenían ese efecto de que cada vez que los volvía a besar era como naufragar de nuevo, volvía sentir cómo algo dentro de mí renacía. Con el tiempo me di cuenta que en su boca yo perdía la memoria. Había pensado tantas veces en si aquello encajaba con lo estipulado... ahora de pronto lo había olvidado todo, simplemente quería seguir estando y que ella estuviera aquí, conmigo.
Una historia que promete más, acá espero Nieves, viene muy bien, un abrazo!
ResponderEliminaris an honor to read you kisses
ResponderEliminarEn muchos casos somos las mujeres las que tenemos que tomar la iniciativa, porque si los esperamos a ellos nunca pasaría nada... jajaja.
ResponderEliminarBuenísimo, Nieves.
Besotes.
Estoy de acuerdo con Mirella S.jajaja Me gusta esta historia!! Habrá un poco más?
ResponderEliminarMil besos!!!
aprecciate your blog kisses
ResponderEliminarQue tal chic@s !!!
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios y entusiasmo, ya que debido a ello he decidido escribrir la segunda parte, o más bien la verción de ella.
Besitos!!!
:)