... A cualquier hora.

En mitad de la madrugada suena el teléfono móvil...

- Diga?
-Soy yo...   Te desperté?
- No...  Bueno si, pero no importa, no tengo que madrugar.  Que te pasa?
- Puedo ir a tu casa, tengo miedo.
- Vale. Ya sabes que si.

La  joven se apresuró nerviosa, apenas cogió unos pantalones y las chanclas, no se las puso, presurosa cerró la puerta de su hogar y bajó descalza los dos tramos de escaleras que le separaban de Antonio.

Él la  esperaba con la puerta entre abierta,  medio desnudo y descalzo.
La dejó entrar.




-Que hora es?
-No sé... sobre las 3 y media.
- Quieres algo antes de ir a dormir?
- No, gracias Antonio... lo siento...
- No te preocupes  no me importa de verdad, ya lo sabes.

Las ventanas del dormitorio estaban abiertas y una  agradable brisa entraba en toda la estancia.  En su casa tenía todas las ventanas cerradas aunque ya el clima invitara a dormir con poca ropa y ventanas abiertas.
La sábana olía a limpio y la almohada era  anatómicamente perfecta.
Antonio buscaba nuevamente la postura adecuada para conciliar el sueño, se giró hacia ella.

- He tenido miedo, escuché ruidos en la ventana.
- Quizás fuera Lucas el gato de Mónica. Pero no te preocupes, me gusta dormir acompañado, ya te echo de menos cuando no vienes, cuando no estás me cuesta quedarme dormido.
Le retiró el pelo del rostro. Descubrió sus ojos tristes y alicaídos.

- Te he dicho mil veces que puedes venir a casa cada noche, de verdad, no tienes ni que subir a la tuya, cenamos juntos y te quedas. 

- Lo sé Antonio, pero quiero esforzarme en poder llevar una vida como antes...

Los dos se quedaron en silencio, Antonio suspiró y se acercó acurrucandola entre sus brazos.  Ella sentía los fuertes brazos de Antonio, su sutil caricia en la espalda, sentía como le atusaba con suavidad su melena. Él sentía como el cuerpo  de su amiga temblaba y reaccionaba con  cierta rigidez en cada movimiento suyo. Ambos se acercaban, juntos,  muy juntos,  ella sentía el respirar de Antonio y él olía el sutil aroma a colonia floral que  desprendía Marta. Ambos se acercaban,  piel con piel, juntos,  muy juntos,    como si  con ese abrazo en forma de caracola se protegieran  de todo lo que estuviera mas allá de aquel  cuarto.

- Él  no puede volver, estará en la cárcel mucho tiempo, no sabe donde estás. Y no estás sola. Yo estoy aquí. 

- Pero volverá.....   Un día volverá....