Todo se apagó. De golpe, sin
avisar. Fue como un apagón que no llegó a restablecerse nunca. El
desconcierto y el descontrol se apoderaron de todo el mundo pero no fue hasta
que aquel constipado generalizado cuando comenzó a menguar el número de
supervivientes.
Snow
decidió alejarse de su ciudad cuando fue la última con vida en su bloque de
pisos, tenía la idea de que lejos la situación fuera otra, sin embargo al
recorrer la autopista nacional descubrió que era la única en la carretera.
Donde ir, que encontraría en otros lugares. Tuvo que cambiar tres
veces de vehículo tras chocarse con una valla publicitaria, una furgoneta
y el quita miedo de uno de los trayectos más complicados. No le
pareció ninguna locura ya que era la primera vez que se ponía al volante.
Cuando llegó a su destino el sol ya se había perdido en el horizonte tras los
pisos de la ciudad.
Las calles solitarias, el silencio tan extraño de la ciudad vacía, algunos perros formando jauría recorrían las calles buscando algo con que alimentarse.
Las calles solitarias, el silencio tan extraño de la ciudad vacía, algunos perros formando jauría recorrían las calles buscando algo con que alimentarse.
Pensó
por un momento que él tampoco estaría en casa, posiblemente había escapado de
su ámbito cotidiano en busca de un refugio mejor... y en cierta forma temía
subir las escaleras y encontrarle en casa abatido por esa gripe mortal.
Subió
sin prisas, temerosa por la incertidumbre de lo que encontraría. Sin
embargo al llegar a esa última planta la luz del piso alumbraba las
escaleras, al llegar al último tramo pudo ver que la puerta estaba abierta. Paró un
instante ante ella recobrando el aliento. Su corazón latía fuerte, el miedo se
apoderó de ella, pero había recorrido cientos de kilómetros y tan sólo quedaban
un par de pasos. De su boca salió el nombre del hombre con el que creía
ser capaz de soportar aquella sin razón, aquel apocalipsis que no se vio
venir, que nadie anunció y que no se sabía cuanto duraría...
El
silencio, la ausencia de sonidos tras el umbral de la puerta hizo temer sus
peores pensamientos. Dudó varios minutos hasta que decidió entrar y refugiarse
de la noche, dormir, buscar algo que comer y al día siguiente pensaría lo que
hacer.
Hora y
media después la puerta se abrió, un perro entró nervioso y ladró sin control
al verla sentada en un butacón comiendo un sándwiches de queso y pavo frío.
Tras el perro entró él, que soltó tras la puerta una mochila grande. Dio un
resoplido como aliviado de haber llegado a casa y tras un segundo actuando como
si no pasara nada, se quedó parado en mitad del salón. "Eres
tú?" "Snow..."
Había
perdido la noción del tiempo. Snow sabía que solo con él sobreviviría en aquel
mundo donde un puñado de supervivientes intentaban vivir en unas ciudades donde
todo estaba al alcance de la mano. Nadie se quedaba. A lo largo del
tiempo varios grupos de personas pasaron por allí, se quedaban en los
pisos vecinos, recobraban fuerzas y en un par de días marchaban. Snow, Al
y su perro Nube decidieron quedarse, tenían toda una ciudad para ellos,
cientos de supermercados, almacenes, centros comerciales y todo lo que
necesitaban para vivir día a día.
Al salía
a explorar cada día, a veces le acompañaba Snow, otras acompañado de Nube.
Ella solía esperarle pacientemente, con cierta inquietud, sólo cuando lo
veía cruzar la esquina lograba tranquilizarse. Él cerraba la puerta del bloque,
subía las escaleras y contaba si había visto algo nuevo, siempre contaba algo
aunque fuese inventado, le gustaba ver la cara iluminada de Snow ante la
historia de Al. Y ella aunque sabía que era inventado le gustaba ver las expresiones
aventureras que utilizaba para describir cualquier hallazgo.
A veces
se quedaban en silencio a la luz de las velas que alumbraban su hogar. El
porqué habían sobrevivido y el porqué se sentían tan bien en aquel loco final
de la raza humana era algo que le desconcertaba a ambos, pero ninguno de los
dos confesaban aquel delirante pensamiento.
Algunas
mañanas, cuando el sol calienta de forma amable, bajaban a los parques
centrales. Él se tumbaba en el césped crecido, la naturaleza devoraba los
edificios y ya la ciudad era un enredo de hierro y verde. Se quedaba largo rato
tumbado como si nada le preocupara, Snow lo observaba, Al le pedía que se
tumbara junto a él y hablaban de nuevas ideas para salir adelante en su
apocalipsis. Tumbados a medio día eran dos corazones al sol. Dos que
encontraron el camino cuando el mundo acabó. Vivían día a día y
solucionaban los problemas cuando llegaban, no había mas preocupación de que
los alimentos de los almacenes no terminaran, y mantenerse a salvo de los
animales salvajes que comenzaban a llegar adaptándose al nuevo medio.
Ella tenía
plantas en el balcón, él fumaba solo por la noche, después de cenar y antes de
ir a dormir. Snow siempre tenía frío, se iba a dormir temprano para estar
bajo el espectacular nórdico que Al trajo un día de unos grandes y caros
almacenes. Él no tardaba en entrar en la cama junto a ella, que se acercaba
para sentir el calor de su cuerpo, y dormían, pero a veces se quedaban
despiertos imaginado historias absurdas imposibles y kafkianas, imaginaban una
vida sin apocalipsis, donde cada uno hubiera seguido su camino inmerso en
problemas cotidianos.
Una de
esas noches, tras meses y estaciones viviendo juntos, en una de esas
frías noches en la madrugada, mientras hablaban en susurros, él la besó así sin más. No
fue un acto pensado simplemente fue un acto involuntario, algo que en ese
momento deseó. Sin darse cuenta hablaban en común, se habían convertido
en una pequeña familia de dos. Aquél beso lo llevaba guardado en su boca mucho tiempo
y aquella noche se escapó entre los susurros y las muecas de sonrisa. Ella no
dijo nada, se levantó, escribió algo en un papelito y lo metió en el tarro de
los recuerdos.
Al
tenía ese inmenso tarro de cristal desde antes de que ella apareciera,
sólo había un papelito, pero a la mañana siguiente de que Snow llegara Al metió
otro. Cada vez que vivían algo bonito, cada vez que les pasaba algo bueno
para recordar, lo escribían en un papelito, lo doblaban y lo metían. Habían
pensado que su año comenzaría el día que ella llegó a casa, ese sería su año
nuevo y entonces en ves de comer uvas y escuchar campanadas abrirían el
tarro donde leerían todos esos poquitos de felicidad de todo el año.
"Qué
has escrito" Preguntó con ironía.
"Ya
sabes que no lo puedo decir" Ella sonrió cómplice
"Si
te doy otro beso no vuelvas a escribirlo, tendríamos un papelito repetido"
Insinuó dejando claro que sabía lo que había escrito.
Rieron
y hablaron un rato más hasta que el sueño les venció...
Muy bueno.
ResponderEliminarBesos
aprecciate your blog kisses
ResponderEliminarMuy bueno, que tengas un lindo fin de semana
ResponderEliminarBesos
Un final posible para este mundo tan loco, un abrazo Nieves!
ResponderEliminarTengo un relato de este tipo, no lo he publicado nunca porque se me fue de las manos y se alargo innumerables páginas.
ResponderEliminarMe ha encantado, por la temática, seguramente es uno devlis que más.
Un abrazo.
Muchísimas gracias amigos/as !!!
ResponderEliminarRubén deberías animarte a publicarlos en dos tres parte si es tan largo, me encantaría leerlo.
Mil besos!!!
:D