Semanas antes me había
sorprendido comentándole a su mejor amigo que deseaba verle la próxima vez que
volviera a la ciudad. Hasta entonces preferí mantener las distancias,
romper nuestra conexión y vínculo para poder ser libres y seguir con la vida
que había elegido.
Aquella
última semana de Enero estaba siendo semana de frío y niebla y cuando los vi en
la puerta de casa entre la atmósfera blanquecina causada por la niebla, creí
que eran dos ángeles que me visitaba.
Él
estaba junto a la puerta y su amigo un par de pasos atrás, dejando a
Rodrigo en claro primer plano.
Apenas
pude dar un paso durante algunos segundos. Habían pasado 16 años, recordé una
vez más la última imagen que guardaba de él...
Al
final de un pasillo en penumbra, desnudo, pidiéndome que no me fuera de su
vida. Y yo cargada de dudas y de miedo ante el precipicio de
enfrentarme a la vida sin él aguardaba junto a la puerta sabiendo que una vez
que saliera de aquella casa nunca más regresaría. Allí - yo junto a la
puerta y él en el umbral de la puerta del dormitorio que había sido testigo de
nuestra última tarde de amor y deseo- me dijo las palabras más bonitas
que un hombre se atrevió a decirme nunca, su desnudez no solo era física, en
aquel momento siendo consciente del instante que vivíamos decidió despojarse de
lo poquito que le quedaba por decir. Un poquito que se grabó a fuego en
mi corazón de madera.
Un
quindenio después había escuchado mi deseo de querer verlo y no había
tardado más de un mes en tenerle frente a mí. No pude evitar hacer una
mueca de emoción y él dio los tres pasos que nos separaban y se fundió en un
abrazo que rezumaba puro amor, sentimientos que no se extinguieron y que
guardamos en nosotros pese a las circunstancias y el tiempo.
La
comunicación y el compartir vida fluyó con naturalidad en los días y semanas
siguientes.
Era las
cinco de la tarde cuando avivó el fuego de la chimenea en aquel proyecto de
casa, en la que apenas había muebles ni lujos pero aún viviendo con lo
indispensable se le veía resuelto y con energía. Y en ese momento sentí
como si el tiempo no hubiera transcurrido, que nuestras arruguitas y las canas
que se dibujaban ya en su pelo crecido era el resultado de la vida que transcurrió
mientras jugábamos a alejarnos uno del otro, cuando la única verdad que existía
era que los dos nos acoplábamos tan bien que no pudimos entender como una vez
creímos estar equivocados.
Él me
miró con sus ojos marrones esperanzados. Le dije las palabras más bonitas
que le he dicho a un hombre en mi vida, le dije mi verdad. La única verdad que
nacía en mi corazón de agua salada.
Y él
sin pedir permiso me dio un beso ahogado en sonrisas, interrumpido por palabras
de alegría, de planes aún por inventar...
No
mucho tiempo después me volvió a proponer aquello que me dijo cuando éramos atolondrados
y arrasábamos como huracanes. "Nuestro amor sigue mereciendo un
hijo".
Volví a
recordar aquellos días de pasión en los que planeamos la posibilidad de ser
padres, aunque para él era como el regalo que podía hacerle a la
única mujer que lo había amado incondicionalmente. Ahora volvió a
plantearlo, y volví a recordar aquellas dudas y aquellos sueños que por
exceso de responsabilidad se quedaron en hermosos pensamientos que nunca
llegaron a realizarse ni en esos momentos ni en los nuevos tiempos que
llegaron.
Ahora
Rodrigo estaba allí, de nuevo, no sabía exactamente durante cuanto tiempo. Me
cogió de la mano y me susurró que no habría otra madre más amorosa que yo para
su hijo... un hijo con el que soñamos hacía ya dos décadas y que volvía a
nuestras íntimas conversaciones.
Y de
repente lo descubrí en el otro lado de la cama, tuve claro todo lo bueno
que me ofrecía, que para la mayoría era poquito pero para mí era lo más grande
que me habían ofrecido nunca antes... Le sorprendí haciendo planes,
incluyéndome en su vida, yo me volví a fundir en sus hábitos, en nuestros
sueños olvidados que nunca se extinguieron. Y abre los ojos en las
mañanas y conversamos en susurros, nos levantamos para desayunar siempre
juntos. Tienes la certeza, de que lo verdaderamente importante no es
acostarse por las noches y pasar un buen rato, mucho antes de eso habíamos
desnudado nuestras almas, habíamos volcado
nuestras miserias, nuestras movidas y miedos al igual que nuestros sueños y
todo lo bonito que aún nos quedaba después de un largo camino de desesperanzas.
Cuando
me miraba cada mañana, cada momento compartido sentía que ese sentir era
recíproco, verdadero y excitante.
Nunca
fui mujer de joyas ni restaurantes con estrellas, siempre fui mujer de
poquitos, de vida sencillas, y ahora cuando me reflejo en sus ojos veo nuestro
infinito. Sus palabras siempre tan sabias y divertidas, esas que nunca
dejaron de guiar mi camino, esas que me hicieron volver a mi hogar,
a mi verdadero amor, a su loco corazón de caramelo...
¡Ay, ay, ay el amor el amor, que tanto puede hacerte feliz, y a la vez mucho daño.
ResponderEliminarBesos.
Cuanto amor, preciosa historia
ResponderEliminarBesos
Un infinito muy bello. Besos.
ResponderEliminarEnhorabuena por el relato.
Bonita historia
ResponderEliminarBesos
i consider a magnificet write kisses
ResponderEliminarOjalá este amor sea para siempre! Un abrazo Nieves!
ResponderEliminar"Nunca es tarde si la dicha es buena"... Me encantan estas historias de reencuentros Nieves. Mil besos!!!
ResponderEliminarMuchas gracias amig@ mi@s.
ResponderEliminarMil besos y feliz semana.
:)