Siempre soñó con una casita no
demasiado grande pero con un pequeño jardín donde su perro pudiera estirar las
patas y gruñir a sus anchas.
Siempre
se soñó volviendo a casa a alguna hora de la tarde, abrir la puerta de casa y sentir
como su perro le lamía la mano moviendo alegre su cola y que su compañero de
vida le diera un beso en los labios sin demasiada intensión. Tener aún
tiempo suficiente en la tarde para poder sentase en el pequeño jardín en
su silla favorita, esa que estaría estratégicamente colocada para poder sentir
y aprovechar los últimos rayos de sol junto a alguna bebida y algún sándwiches.
Se
imaginaba oliendo a tierra mojada en otoño, con su bufanda verde en invierno,
oliendo cloro y té helado en verano y a flores y pólenes desatados en
primavera. Observar con paciente contemplación las enredaderas que
sembraron juntos en algún momento de primaveras pasadas, escuchar alguna
moto que pasa y los niños del vecino pelear por la pelota. Esperar
pacientemente la hora de la cena mientras mira las últimas luces del día como
traspasan las hojas de las plantas del jardín, mientras escucha las cosas
de su compañero, el que llegó en un otoño para hibernar en su regazo y nunca
encontró primaveras para alejarse.
Imagina
como suena el teléfono y él lo coge, lo escucha hablar dentro de casa, mientras
hace planes con los amigos para el fin de semana, mientras ella entra para
preparar una cena rápida. Él le cuenta en la cena todo lo comentado, lo
planeado, las risas, lo que se sabe, lo que se intuye... los amigos y su
mundo...
Se
acuestan pronto, se enroscan, él le toca la tripa y ella le advierte que aún es
pronto para sentir su presencia, pero aún así él le da las buenas noches
acariciando la piel del templo en el que se encuentra su niño.
Ella
siempre quiso tener una casita con sus tazas en la cocina, su música en el
salón y mesita en el jardín, con un perrito amigo con el que compartir la vida
y un hombre a quien querer tanto como él la quisiera a ella, flores en el
jardín, barbacoas los domingos, vacaciones en familia sin planear demasiado,
niños con los que practicar matemáticas y a los que aplaudir mientras
jugaban a fútbol con su padre. Una casita con corazón, con corazón de dragón,
con corazón verde
esmeralda, verde esperanza, verde rareza, verde como los prados de esa Irlanda
que siempre amó.
Hoy
volvió a casa a alguna hora de la tarde, abrió la puerta y su perro le lamió la
mano, y él... el que llegó para hibernar un invierno y nunca encontró primaveras
para marcharse le dio un beso sin demasiada intención.
Me quedo sentada en ese jardín que me recuerda al de mi imfancia
ResponderEliminarBuen fin de semana
Besos
Yo construí esa casita y su jardín florido, el perro hace años que murió y ella salió un día y nunca más volvió.
ResponderEliminar¿Quien sabe?.Quizás sea esta la primavera que espera.
ResponderEliminarUn abrazo,Nieves.
Qué bonita historia...preciosos sueños hechos realidad!!
ResponderEliminarMil besos!!
Nieves, la última frase me dejó sorprendida, espero que "sin demasiada intención" no se acerque a la frialdad, todos sus sueños se romperían en pedazos, espero haber entendido mal, un abrazo!
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestras visitas y comentarios siempre tan bonitos.
ResponderEliminar* Cristina, para nada he querido reflajar la frialdad en ese beso sino el cariño y la naturalidad del día a día, del amor asentado pero nunca perdido.
Mil besos amig@s
:)