El Hotel llevaba cerrado casi veinte años. Las ventanas estaban cubiertas de polvo, y la hiedra trepaba por las paredes como si intentara ocultar un secreto antiguo. Cuando M heredó el edificio de su abuelo, decidió restaurarlo. Quería abrirlo al público de nuevo, pero antes debía asegurarse de que todo estaba en orden.
Mientras recorría los pasillos vacíos, con el eco de sus pasos como única compañía, llegó a una puerta que le pareció distinta. La cerradura estaba oxidada y la chapa, rayada como si alguien hubiera intentado forzarla. M no recordaba haber visto esa habitación en los planos.
Curiosa, sacó una llave maestra del llavero antiguo que había encontrado en la oficina del conserje. Encajó a la perfección. La puerta se abrió con un chirrido que pareció más un susurro que un sonido.
Dentro, el aire estaba estancado y frío. Había muebles cubiertos con sábanas y un gran espejo agrietado en la pared. Pero lo que más le llamó la atención fue un pequeño diario sobre la mesa, cubierto de polvo. Lo abrió con cuidado.
"13 de octubre, 1985. Hoy, otra huésped escuchó los susurros por la noche. Dice que venían del espejo. No saben que no pueden romperlo. Él sigue ahí, esperando."
Las páginas siguientes estaban escritas con trazos cada vez más desesperados. Nombres de huéspedes. Dibujos extraños. Y siempre, la misma advertencia: "No mires directamente al espejo después de medianoche."
Marta se rió nerviosamente. Viejas supersticiones, se dijo. Aun así, decidió cerrar la habitación y seguir con el recorrido. Pero algo la detuvo al salir: su reflejo en el espejo no se movía con ella.
Y estaba sonriendo.
¡Qué miedo!
ResponderEliminarUn abrazo.